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El diálogo para imponer

Ricardo Pascoe Pierce

Ricardo Pascoe Pierce

En el filo

El partido Morena se construyó programáticamente sobre el fundamento de un discurso de rechazo y resentimiento.

El resentimiento provenía de sus adeptos que consideraban que su candidato debió haber ganado la Presidencia de la República en 2006 y 2012, pero que no lo logró por maniobras fraudulentas del poder político conservador aliado del PRI y PAN.

De ahí se construyó el discurso de odio contra la mafia del poder, que envenenó el debate político: ya no era de propuestas o de ideas, sino de sentimientos. El sentimiento de los adeptos de Andrés Manuel López Obrador era que habían sido excluidos de la toma de decisiones.

Cuando una parte del PRD decidió, al inicio del gobierno de Peña Nieto, apoyar el Pacto Por México y avanzar en la aprobación de varias reformas estructurales, como la energética, la educativa, laboral y fiscal, el resentimiento del amloísmo dentro del PRD se volvió odio y rechazo a sus propios camaradas de partido.

Vino, entonces, la ruptura. Se optó por crear un nuevo partido, cimentado, inicialmente, en experredistas que rechazaron lo que su propio expartido había hecho: pactó con el eterno enemigo.

El Pacto Por México era visto como una traición a la causa del líder, cuyo discurso estaba fundamentado en el rechazo a todo aquello que proviniera de la mafia del poder.

De hecho, el PRD, en opinión de los amloístas, se había convertido en parte de esa misma y odiada mafia del poder. 

Ahora que está consolidándose en el poder, a Morena le sigue dando aliento el estímulo de fomentar el rechazo y el resentimiento.

A todas luces, no piensa gobernar convocando a la unidad de la diversidad nacional.

Más bien, pretende gobernar subordinando la diversidad nacional a su proyecto, a su visión y a su programa.

Hoy, Morena emplea el discurso del encono y resentimiento como argumento para imponerse a la sociedad, exigiendo sumisión y uniformidad, so pena de sufrir los horrores de aislamiento y el ostracismo.

Cuando AMLO fue presidente del PRD, exigió que el Comité Ejecutivo Nacional le fuera sumiso y obediente.

Quienes no lo éramos fuimos excluidos automáticamente.

Así hizo con el PRD cuando era jefe de Gobierno de la Ciudad de México, subordinando las estructuras del poder administrativo a lo que “decía su dedo”, como le gustaba decir a él mismo.

El pleito entre Los Chuchos y AMLO tenía más que ver con la exigencia de sumisión y no tanto sobre diferencias en cuestiones programáticas.

Cuando la presidenta de Morena acusa que quienes voten contra las propuestas de la consulta de 10 puntos del próximo gobierno son retrógradas y conservadores, imprime en la discusión política nacional un carácter de adjetivación virulenta que hiere y lastima el proceso político, cuando no a personas en concreto.

Pero para ella eso es natural y necesario. ¿Por qué?  Porque su partido está construido a partir del rechazo y el resentimiento, no a partir de ofertas positivas, incluso cuando hacen propuestas, lo cual es la máxima ironía.

En medio de una consulta “participativa y propositiva”, ataca y agrede a sus supuestos enemigos de siempre.

Es un método de pensamiento y actuar que recorre las venas de la nueva clase política, y refrenda su talante poco tolerante y  dialogante.

Porque una cosa es dialogar para consensar y otra, completamente diferente, es dialogar para imponer.

                Twitter: @rpascoep

 

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