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Sistemas de partidos, en crisis

Opinión del experto nacional

Opinión del experto nacional

Por Jaime Rivera Velázquez*

El domingo 3 de febrero de este año hubo elecciones presidenciales en El Salvador. Compitieron Carlos Calleja del partido derechista Alianza Renovadora Nacional (Arena), Hugo Martínez del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN), actualmente en el gobierno, y, como tercera opción, un publicista, Nayib Bukele, quien resultó ganador por amplio margen. Calleja obtuvo 31.6% de los sufragios, Martínez solamente 13.7%; juntos obtuvieron menos votos que Bukele, quien triunfó con 53% de la votación.

La vida política y electoral de El Salvador había estado determinada por Arena y el FMLN desde 1992, cuando se firmó la paz después de una terrible guerra civil. Esta vez, los partidos artífices de la transición a la democracia y de su sostenimiento fueron desplazados repentinamente por una tercera opción. Aunque Bukele perteneció al FMLN y emergió a la política nacional como alcalde de la capital del país postulado por ese partido, se definió a sí mismo como enemigo del sistema bipartidista, e hizo de la denuncia de la corrupción y de la desigualdad los ejes de su campaña.

Bukele aprovechó la crisis de credibilidad que sufren los partidos tradicionales. Arena, el partido de derecha, pensó que el FMLN se desfondaría por sus malos resultados de gobierno y con ello obtendría los votos para derrotar a Bukele, pero no ocurrió así. El FMLN se hundió, pero los votos los recogió Bukele. Mauricio Interiano, líder de Arena, presentó su renuncia y convocó a una elección para renovar la dirigencia de su partido. La situación interna del FMLN es aún más complicada. 

El nuevo gobierno salvadoreño implicará un giro en las relaciones internacionales en la región, pues Bukele no simpatiza con Ortega, el presidente dictador de Nicaragua, y probablemente se distanciará de la alianza bolivariana (Venezuela, Nicaragua, Cuba, Bolivia y, hasta ahora, El Salvador). Sin embargo, en la política interior no le será fácil impulsar cambios por sí solo, ya que, pese a que Bukele triunfó en los 14 departamentos en el país, el poder legislativo sigue dominado por los otros dos partidos (y habrá elecciones parlamentarias hasta 2021).

El colapso de la credibilidad y fuerza electoral de los partidos tradicionales, y su consecuente remplazo por una opción nueva, no es un fenómeno exclusivo de El Salvador. De unos años para acá, ha ocurrido igual en varios países del mundo. Así pasó en Francia con la victoria de Emmanuel Macron en 2017, a expensas del partido socialista, casi extinto después de la elección pasada (6.36% de los votos en la primera vuelta) y con una disminución sensible de los votos de los republicanos (20.01%). Ambos partidos se habían turnado el gobierno francés desde que inició la Quinta República en 1958.

En España, las dos grandes fuerzas de la era democrática, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y el Partido Popular, han experimentado un severo retroceso por la irrupción de nuevas organizaciones como Podemos y Ciudadanos. Aunque el gobierno actual está encabezado por el socialista Pedro Sánchez, lo hace con el apoyo de una coalición parlamentaria llena de contradicciones.

Más cerca de nosotros, otro tanto sucedió en Costa Rica durante las elecciones presidenciales del año pasado, cuando los dos partidos tradicionales, Liberación Nacional y Unidad Social Cristiana, sufrieron una drástica disminución de su votación, obteniendo 19% y 16%, respectivamente. Los derrotó Carlos Alvarado Quesada, del Partido Acción Ciudadana.

En México se ha vivido algo semejante. Los tres partidos que hicieron posible la transición democrática y habían dominado la escena política por más de veinte años, PRI, PAN y PRD, en 2018 sufrieron una caída histórica en beneficio de Morena, un partido-movimiento bastante reciente. Hoy el escenario político está dominado por el Presidente de la República, y los partidos de oposición son una sombra de lo que fueron.

¿Y qué decir de la victoria de Trump en 2016? Aunque fue postulado por el Partido Republicano, en los hechos significó la marginación de los liderazgos y el abandono parcial de la doctrina de ese partido. Trump hace todo para gobernar por sí mismo, con su estilo personal atrabiliario y en comunicación directa con su base electoral, a contracorriente de las tradiciones políticas norteamericanas, despreciando la ley y desafiando al Congreso, al Poder Judicial y a la prensa. 

Los frecuentes casos de hundimiento de partidos tradicionales y la irrupción de liderazgos nuevos, son una de las facetas del desencanto democrático que asuela hoy a muchos países. Precisamente después de tres décadas en que la democracia se extendió como nunca en el mundo, muchas sociedades se muestran decepcionadas de este sistema de gobierno. Son muchos y muy complejos los factores que inciden en este fenómeno, pero hay que considerar entre ellos la crisis financiera internacional de 2008, la sustitución de empleos por la nueva revolución tecnológica, la difuminación de fronteras nacionales y, en los casos de las democracias latinoamericanas, la persistencia de la
desigualdad social y la corrupción.

El remplazo de viejos partidos por unos nuevos puede significar una saludable renovación de los sistemas democráticos. Pero existe el riesgo de que, en vez de un nuevo sistema de partidos más cercanos a la ciudadanía, se implanten gobiernos caudillistas, sin los necesarios límites y contrapesos institucionales. Sin una pluralidad de partidos fuertes y estables, la democracia difícilmente podrá sobrevivir.

*Consejero Electoral del INE

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