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Lo bueno, lo malo y lo feo

María Amparo Casar

María Amparo Casar

A juicio de Amparo

Más bien hemos vivido un gobierno adelantado: desde nombramientos e “invitaciones” a retirarse del cargo, hasta la presentación de más de 60 iniciativas de reforma constitucional de Morena, pasando por la cancelación del aeropuerto la organización de “consultas”, el descabezamiento del SNTE o una inusual e inapropiada reunión con la plana mayor del Ejército y 30 mil elementos presidida por el actual secretario de la Defensa, al que apenas en febrero acusó de hacer politiquería en lugar de su trabajo.

Pero no resulta inapropiado si por transición se entiende un proceso de cambio más o menos profundo de las reglas y mecanismos de participación, organización y ejercicio del poder, ya sea de un régimen autoritario a uno democrático o al revés. La cantidad y calidad de los cambios anunciados merecen hablar de un cambio profundo, un cambio institucional y no sólo en la esfera del Poder Ejecutivo, sino en el resto de los poderes, órganos autónomos y la maltrecha estructura federalista.

En esta transición, no ha habido respiro. No lo habrá en la presidencia si tan sólo se aboca a concretar los cambios anunciados. Pero habrá más. Imposible hacer justicia a estos cinco meses de gobierno virtual, pero van algunos apuntes.

LO BUENO

Un presidente electo a través del voto libre y secreto hecho posible por la voluntad del electorado y las instituciones encargadas de organizar las elecciones; una gran legitimidad democrática y un mandato claro. Los mensajes de tranquilidad y conciliación enviados en los discursos el 1º de julio en el que convocó a prácticamente todos los sectores de la población y a todas las instituciones.

El compromiso con la equidad, la lucha contra la pobreza y la disparidad del ingreso y la riqueza. Su promesa de mantener la estabilidad macroeconómica, finanzas públicas sanas, sostenibilidad de la deuda pública, incremento del gasto en inversión y el libre comercio expresado en el T-MEC. El recorte en los excesos de las prestaciones de los funcionarios.

Las expectativas de que México tendrá un presidente honrado.

LO MALO

Un buen diagnóstico del país con malos remedios. El abandono de dos de sus principales promesas de campaña: la “desmilitarización” y el combate a la corrupción y la impunidad. La primera, sustituida por la creación de la Guardia Nacional y el descarte de la idea de formar una policía federal bien capacitada, bien pagada y, sobre todo, respetada. La segunda por un pacto de impunidad inentendible; por querer someter a consulta popular si se hace justicia o no; por la negativa a reformar la Constitución para garantizar una Fiscalía independiente y por la aprobación de una Ley Orgánica de la FGR que le permitirá nombrar a un fiscal carnal al que podrá ordenar la no persecución de los delitos del pasado.

La cancelación caprichosa del aeropuerto. Decisión vestida de democracia participativa que no pasa ninguna prueba de seriedad. Junto con ella las consultas sobre el Tren Maya, la refinería, el tren transístmico y diez programas sociales que se acercan más a la asistencia pública que a la solución de problemas de fondo. La incertidumbre causada en los mercados internacionales, la salida de capitales por mil 886 millones de dólares, la caída de más de 18% de la bolsa, la depreciación de 9% del dólar y la puesta en pausa de inversiones futuras.

La inclinación a un ejercicio discrecional del presupuesto evidenciada en el apoyo a la nueva ley de Tabasco o en la promesa de dar contratos a los mismos inversionistas del aeropuerto de Texcoco a pesar de haber dicho que estaban plagados de influyentismo y corrupción. La suspensión de las evaluaciones de los maestros y con ella la parte medular de la reforma educativa.

Las tendencias centralizadoras y concentradoras de poder en su persona reflejadas claramente en la reorganización del ejecutivo: nombramiento de superdelegados, desaparición de las oficialías mayores y control sobre la comunicación social.

LO FEO

La polarización existente; su afirmación de que se mueve por convicciones y no por lo que debe regirse un gobernante que es, en primerísimo lugar, la legalidad. Los desafíos resumidos en la frase de “me canso ganso”.  El voluntarismo que lleva a un gobierno ineficaz porque como bien lo señala Guillermo Cejudo (Animal Político, 20 de noviembre de 2018), “cada oferta política deberá volverse proceso burocrático” y el proceso burocrático no es algo que se dé en automático.

La delegación de responsabilidades en el “pueblo bueno” cuando él así lo decide y de cuyo pensamiento y voluntad él es intérprete único.

El menosprecio reiterado por las instituciones, en particular de los órganos autónomos como el INE, el INAI, el INEE, el SNA, la CNH o la CRE.

El desprecio a todo pensamiento disidente y la descalificación no de los argumentos sino de los emisores, incluidos algunos medios de comunicación y organizaciones de la sociedad civil.

Con todo lo bueno lo malo y lo feo hay que desear al nuevo presidente mucho éxito y ofrecer lo que desde estas trincheras se puede ofrecer: diagnóstico, crítica con fundamento y propuesta.

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