Logo de Excélsior                                                        

Las consecuencias de la desaceleración

Javier Aparicio

Javier Aparicio

Esta semana el Inegi dio a conocer su estimación oportuna del Producto Interno Bruto en México para el segundo trimestre de 2019. La variación del PIB respecto al primer trimestre del año fue de 0.1% usando datos desestacionalizados. Si bien los cambios de corto plazo importan menos que las tendencias de largo plazo, este dato es relevante porque, durante el primer trimestre del año, esta misma variación había sido negativa (-0.2%) —y una definición simple de una recesión económica implicaba, justamente, dos trimestres consecutivos con decrecimiento económico. Y aunque este último dato trimestral puede ser revisado y existen otros criterios más precisos para diagnosticar una recesión, por el momento, la amenaza de entrar en ella puede pasar a un segundo término. Aunque sea de panzazo.

Lo que es ineludible es que estamos en un franco periodo de desaceleración económica. En su serie original, la tasa de crecimiento anual —que compara el segundo trimestre de 2019 con el mismo trimestre del año anterior— fue de -0.7%, mientras que en la serie desestacionalizada esta tasa fue de sólo 0.4%. Destaca que las actividades secundarias —tales como construcción, energía, minería e industrias manufactureras, etcétera— han mostrado tasas anualizadas negativas en dos trimestres consecutivos, -2.1 y -1.6, respectivamente. La tendencia de un tiempo a la fecha es preocupante, pues, como bien señaló Jonathan Heath, “el crecimiento promedio anual de los últimos cinco trimestres es 0.04%”.

Si bien es cierto que durante el primer año de cada sexenio a menudo se observan tasas de crecimiento relativamente bajas, las tendencias y pronósticos sugieren que este podría ser el peor primer año de una administración sexenal desde aquel terrible año de 1995.

En otros años, como 2001 o 2010, el bajo crecimiento del país se ha atribuido a causas externas, como crisis o recesiones en la economía de Estados Unidos. Sin embargo, las cifras para el segundo trimestre de 2019 indican que la economía estadunidense está creciendo a una tasa anualizada de 2.1%, frente al 0.4% de México antes mencionado. Desde hace por lo menos dos años, la economía de Estados Unidos está creciendo más rápido que la de México. Y una creciente desvinculación de los ciclos económicos de ambos países no puede considerarse una buena noticia.

Detrás del estancamiento de la inversión física, la actividad industrial y la creación de nuevos empleos, hay dos grandes fuentes de incertidumbre. La primera es externa y tiene que ver con la incertidumbre en torno a la aprobación del nuevo tratado comercial con Estados Unidos y Canadá, y las recurrentes amenazas proteccionistas del gobierno de Trump.

La segunda fuente de incertidumbre es enteramente doméstica y tiene que ver con las erráticas señales que ha dado el nuevo gobierno federal. Decisiones como la cancelación del nuevo aeropuerto en Texcoco, el rezago en el ejercicio del gasto público y las medidas de austeridad presupuestal han contribuido, de un modo u otro, a la desaceleración económica. Y es que, así como la inversión y el gasto público pueden tener efectos multiplicadores en la economía, medidas de austeridad mal implementadas pueden tener efectos recesivos.

Por otro lado, destinar millonarios recursos a proyectos de baja rentabilidad económica y social, como la refinería de Dos Bocas, entre otros, también ponen en duda la viabilidad fiscal del nuevo gobierno en el mediano y largo plazos.

Las consecuencias de la desaceleración económica son múltiples y costosas: el bajo crecimiento produce más pobreza, más inseguridad, afecta la recaudación fiscal y, con ello, dificulta la capacidad de gasto en inversión y programas sociales. El impacto potencial de los programas sociales del nuevo gobierno puede verse contrarrestado por el bajo crecimiento.

El presidente López Obrador entiende de sobra los costos sociales del bajo crecimiento económico, puesto que lo criticó por años a los gobiernos pasados. Si en la retórica y sus discursos decide minimizar el problema o buscar evasivas es un asunto menos importante que las decisiones de fondo que acabe tomando junto con su gabinete económico: ¿sabrá cómo reaccionar ante una desaceleración que, en buena parte, ha sido inducida por su gobierno?

 

Comparte en Redes Sociales

Más de Javier Aparicio