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¿Se hizo viral y el mundo al hospital?

Francisco Javier Acuña

Francisco Javier Acuña

Se “viraliza” el mundo. Nunca mejor dicho (se abusa del término para aludir que algo se hace mundial por las redes sociales). La expansión del virus COVID-19 se propagó fuera de China a velocidad alarmante.

 El virus viajó por avión y por barco, por un número desconocido de infectados “número uno”, bajó a tierra, fue llevado por piernas y entregado de mano en mano por los cinco continentes. El temible coronavirus tumbó los mercados internacionales y empuja al mundo a severa recesión.

En China, el gobierno confinó a la ciudad de Wuhan en un reservorio infranqueable para los de adentro y para los de afuera. Sin embargo, Beijing no avisó a tiempo al mundo y sigue habiendo dudas sobre la calidad de sus cifras. Italia, España y Estados Unidos superaron –pronto– las misteriosas cifras de Wuhan.

Cuando el gigante asiático oficializó el problema ya se había fugado la epidemia. Fuera de China se comprobó que la amenaza letal del virus –a los números conocidos– era superior.

Por las dimensiones, el COVID-19 es la primera gran pandemia del Siglo XXI, la primera y terrible pandemia del tercer milenio.

Al paso de los días comenzamos a concebir las proporciones de una mortandad contemporánea real que nos angustia cada día, a pesar de los avances científicos y las tecnologías que la globalización hace llegar a todo el planeta y que nos iguala, para bien y para mal.

Imposible imaginar la impotencia que hubo durante la peste bubónica, la viruela o la gripe española sin información veraz, sin higiene básica, sin producción masiva de medicamentos, sin certezas ni certidumbre.

Estamos viendo ahora en Ecuador el pavoroso espectáculo de muerte y desolación como el que diezmaba localidades enteras cuando la peste bubónica. Curiosamente entonces, ahora y siempre, el mercado de oportunidades para el lucro con el miedo y la zozobra se mantiene.

Al habitante del mundo de ayer, al de otros milenios y al de otras centurias nos une el miedo a lo desconocido y la incapacidad de resolver el temor en precaución o corrección de aquello que lo aumenta con evidencias funestas, aunque la ciencia y la tecnología nos digan muchísimo más con la información pública que tenemos a la vista en nuestros días.

No obstante, somos vulnerables a las consecuencias que la humanidad ha provocado con hábitos de consumo y de comportamiento que depredan y envenenan el planeta.

No se ha confirmado qué relación existe entre el COVID-19 y el consumo humano de carne de animales exóticos (murciélago o pangolín), pero, en cualquier caso, debe haber un procedimiento científico internacional para, de ser así, y por razones paralelas ( la conservación de especies en extinción) se prohíba rigurosamente el comercio legal y el clandestino que hubiera  de esos y otros productos alimenticios. Para ello, urge mucha información y, en simultaneo, la formación de una conciencia cívica universal, por encima de gustos, aficiones y placeres gastronómicos. 

Resulta frustrante que no seamos –como sociedad– más suspicaces y precavidos aunque estemos en la era de las libertades tecnológicas. Por citar un ejemplo, hasta hace unas semanas no sabíamos lavarnos correctamente las manos para reducir el riesgo de contagio por COVID-19.

 Tampoco sabíamos cómo estornudar o toser para evitar invadir con efectos microscópicos a otras personas a distancias no tan lejanas ni suspender saludos y abrazos y aprender a quedarnos en nuestros hogares para frenar los circuitos de transmisión masiva. El COVID-19 vino a establecer por la vía forzosa avances en nuestra tardía y precaria educación sanitaria.

Y sí, el mundo –los cuerpos de agua, ríos y mares– han respondido con alegría por el cese de las hostilidades cotidianas que lo ensucian y contaminan gracias a esta contingencia. Será inevitable reconocer que cada década, por lo menos, el mundo debe ir al hospital para curarse de su ritmo y del movimiento absurdo de lo que lo enferma y destruye. Eso requerirá diagnósticos y dictámenes confiables: información cierta y comprobable hasta para hacer una pausa calculada sin que colapse la economía ni se muera la esperanza.

 Información para ser mejores, para reconocer a tiempo los problemas y advertir con cifras sinceras lo que acontece, información para dejar de ser inferiores a nuestra voluntad de convivir en un mundo sano. Información para superar la pandemia y aprender  a ser ciudadanos benignos para la “aldea global”.

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