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La retórica de la confrontación

Cecilia Soto

Cecilia Soto

 

¿Era necesario concentrar tanto tiempo y energía en polemizar con el régimen anterior? ¿No dicen las encuestas de opinión que 4 de 5 mexicanos lo desaprueban? ¿No fue relegado en buena hora el PRI a un vergonzoso tercer lugar y a la irrelevancia política? Una o dos frases hubieran bastado. En cambio, padecimos por largos minutos una mala lección de historia económica en la que el mundo y las circunstancias en las que México navegó de 1930 al presente no existieron, sólo la voluntad de un secretario de Hacienda que no era economista. No hubo guerra mundial ni posguerra  que facilitaran la estrategia de sustitución de importaciones; México no era un país eminentemente rural que al incorporar a miles de campesinos a las ciudades y a la industria demandaron infraestructura, servicios y consumo que propiciaron altas tasas de crecimiento; no existían sindicatos controlados por el PRI que sofocaban los derechos de los trabajadores. Aquello era el paraíso.

Las dos premisas que organizan su narrativa son endebles: la corrupción como causa directa de la pobreza de los mexicanos y el neoliberalismo, del que México es mal aprendiz. Primero: en las décadas de mayor crecimiento económico la corrupción era rampante, pero no había los instrumentos de transparencia ni la prensa libre para evidenciarla. La hermosa novela Arráncame la vida, de Ángeles Mastretta, tiene como fondo la construcción del régimen posrevolucionario sin más regla que el abuso del poder y el influyentismo en todos los ámbitos: corrupción electoral, corrupción económica, corrupción sindical. La corrupción debe combatirse por muchas razones: roba dinamismo al PIB, pone en riesgo la calidad de la obra pública y mina la moral de la sociedad, pero su disminución radical no necesariamente traerá el crecimiento.

En su reflexión sobre la corrupción “inmunda” el nuevo presidente olvidó mencionar el papel del crimen organizado en el drama que vive México. Culpable el neoliberalismo, culpable la iniciativa privada, culpable el gobierno inepto de Peña Nieto. Ni una palabra a los empresarios que grandes, pequeños y micros son extorsionados sistemáticamente, sus negocios balaceados o incendiados con inocentes adentro por no pagar derecho de piso. Monstruo esa cosa abstracta que pocos mexicanos entienden, el neoliberalismo. Ni una palabra de reproche y reclamo a los mexicanos que queman, matan, mutilan, violan, desaparecen, disuelven a otros mexicanos. Quizá sí una palabra: amnistía.

El ataque al neoliberalismo me recordó un recurso retórico muy efectivo del expresidente brasileño Lula da Silva. No porque yo concuerde con los postulados del Consenso de Washington o de cómo se aplicaron en México. No concuerdo. Pero me parece poco creíble la demonización del neoliberalismo cuando el presidente López Obrador saluda con entusiasmo la firma de la renovación del Tratado de Libre Comercio ahora con el nombre de T-MEC. ¿No es el libre comercio parte y corazón de la doctrina neoliberal? ¿No es el himno a la austeridad hasta los huesos consistente con la doctrina neoliberal? ¿No rinde el nuevo presidente tributo a una estrategia de déficit cero y superávit, mandamientos del Consenso de Washington? ¿No condena el endeudamiento público a rajatabla? ¿No promete no subir impuestos y en cambio bajarlos, como receta el neoliberalismo? Durante los ocho años de su mandato el presidente Lula achacó cualquier problema económico en su gobierno a la “herencia maldita” que le había dejado el expresidente Fernando Henrique Cardoso, entre otros el control de la inflación y una moneda estable. Retórica, sólo retórica, como lo será ahora el ataque al neoliberalismo.

Para mí lo más grave fue la reiteración de su decisión de militarizar el combate a la inseguridad. Su idealización de las Fuerzas Armadas y la descalificación inmerecida a la Policía Federal y a los esfuerzos exitosos de policías municipales y estatales. Un grave retroceso.

Quizá lo más importante de los discursos del 1º de diciembre son las ausencias: ni una palabra a la situación internacional en la que triunfan movimientos de derecha extrema y en la que se debilita y erosiona el entramado de derecho internacional y de acuerdos que han preservado la paz desde 1945. Ni una palabra a la revolución tecnológica que cambiará radicalmente el mundo del trabajo y los reto que ambas tendencias significan para México. Ni una palabra de inclusión para los mexicanos que no votamos por él: bueno sí, una: conservadores. Nos vemos en Twitter: @ceciliasotog  fb.com/ceciliasotomx

 

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