Arturo Xicoténcatl

Arturo Xicoténcatl
El espejo de tinta

Castillo de marfil

21 de Agosto de 2018

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Llegar a la poltrona de una federación o entidad deportiva mezcla una pequeña conquista de poder social, económico, acaso de superación personal, con su toque de vanidad (e inutilidad, pues de todos hay en la viña del Señor), viajes, representaciones nacionales, la perspectiva de hacer cambios que posibiliten progreso en un núcleo de atletas y de no dar paso sin huarache; el servicio a la sociedad se ha modificado por el beneficio comercial y por una aparente evolución que no resiste el comparativo en las competencias de alto nivel, sean olímpicas o profesionales.

Hace un lustro desapareció la Confederación Deportiva Mexicana, como consecuencia de antagonismos viscerales más que por el argumento de que había duplicidad de funciones, y de gastos económicos innecesarios. Se divulgó que los diputados que votaron por la ley que aprobaba la desaparición de la Codeme ni siquiera se molestaron en dar lectura al documento de ley; de pulsar consecuencias. En realidad, se aprobó excluirla del Sistema Nacional del Deporte, sin derecho de voz ni voto en las decisiones del deporte ni de recibir dinero de las arcas del gobierno. La idea era estrangularla económicamente. No lograron aniquilarla porque la Codeme goza de los beneficios de una asociación civil.

La Codeme era la cúpula de las federaciones deportivas, a la vez, afiliadas a las federaciones internacionales y, de ellas, las olímpicas, enlazadas íntimamente con el Movimiento Olímpico del COI. A fines de la centuria XIX y principios del XX, el COI se dio a la tarea de unificar los criterios de competencia, elevándolos a la categoría universal en los grandes Juegos, con la formación de las FI. Aparte de la filosofía y juego limpio, COI y FI formaron una simbiosis con el propósito de desarrollar un estilo de vida, las reglas de la competencia, incorporación de deportes y disciplinas; todo el aspecto técnico, reglamentario, que a la fecha se modifica por cambios sociales, tecnológicos, comerciales, recae en la segunda entidad.

Con sus modestos aciertos y todas las deficiencias a las que no escapan los organismos cúpula, la Codeme cumplía. ¿Pero ahora, realmente quién está al pendiente de las actividades de las FDN, quién les pide rendición de cuentas no sólo en lo económico sino, principalmente, en lo deportivo, quién está atento de sus programas, alguien de los millones de mexicanos sabe qué sistema de detección de talentos emplean? Basta de frases, testimonios de calidad.

Quienes no están satisfechos con el nivel del deporte se preguntan qué se hace específicamente para acortar distancias del núcleo internacional. Se rompen récords, se ganan medallas en el campo doméstico y en el centroamericano hay evolución, pero con la excepción de un puñado de atletas, un análisis objetivo indica, con meridiana claridad, que cada vez estamos más alejados de los países líderes. Y eso se traduce en años de atraso.

Atletismo y natación siguen sin contratar a entrenadores de clase. Sus titulares, reeligiéndose en su pequeño coto de poder, encandilados en el brillo de las medallas. Encerrados en su castillo de marfil, no se dan cuenta de la realidad y la necesidad obligada, la responsabilidad de brindar apoyo técnico a sus afiliados.

Es admirable el esfuerzo y cómo se entregan los deportistas a la dureza del entrenamiento, cuando ninguno de los dirigentes de su entorno se ha preocupado por ayudarlos con el conocimiento y la experiencia de un técnico internacional. Hay quienes aman más a la poltrona que al deporte.

 

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