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Expresiones

Samanta Schweblin, fantasía en lo cotidiano

En 'Kentukis', la autora explora nuestra relación cotidiana con la tecnología, mientras construye un universo en el que pesan las palabras y el silencio

Patricia Godoy / Corresponsal | 27-01-2019
Vive en Berlín desde 2013 y es autora de Siete casas vacías y Pájaros en la boca. Foto: Maximiliano Pallocchini

BARCELONA.

Cuando tenía doce años, Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) se parecía a un personaje de los cuentos que escribiría de mayor. Un día, sin motivo aparente, aquella jovencita que odiaba la escuela y no se llevaba bien con sus compañeros, dejó de hablar.

Fue un silencio voluntario, un truco mágico que duró casi un año y que le permitió desvanecerse. “Me di cuenta que si dejaba de hablar se solucionaban un montón de problemas”, cuenta a Excélsior en un café del centro de Barcelona.

Preocupada, la directora de su colegio le advirtió a su mamá que si no volvía con un informe psicológico que certificara que su hija era “una chica normal”, no pasaría a la secundaria. Samanta tuvo que sentarse en un diván. “La psicoanalista hizo una carta que decía que yo era una persona perfectamente normal, pero absolutamente desinteresada de mi entorno”, recuerda hoy entre risas.

Casi 30 años después, la escritora argentina sigue enfrentada con la idea convencional de “normalidad” que, según ella, no es más que “un pacto social y cultural” que en muchas ocasiones es “arbitrario y artificial”.

Nos pasamos la vida –añade– intentando llegar a ser aceptados y eso nos genera mucho dolor. Sin embargo, “todo lo bonito que tenés como persona lo tenés por extraña, por única”, sentencia.

Sus historias literarias recorren siempre los espacios indefinidos, las fronteras que unen o separan, según se mire, lo extraño y lo cotidiano, lo inquietante y lo real. ¿Literatura fantástica? Schweblin argumenta que escribe “desde el mundo de lo real pero que mira siempre hacia lo extraño”.

Aquella niña que un día decidió dejar de hablar es ahora una adulta que sigue sin haberse reconciliado del todo con el lenguaje oral: “Todo el tiempo peleo con eso. Siento que la única instancia en donde tengo cierto dominio del lenguaje es la escritura”.

Y es ahí, en su obra, donde parece que hay siempre una puerta abierta que conecta dos dimensiones, lo real y lo extraño, polos opuestos que se atraen; historias en las que una adolescente puede comer pájaros vivos, una mujer puede entablar una relación con un hombre sirena, una persona puede quedarse varada para siempre en una estación de tren por no tener cambio para pagar el boleto de regreso... Relatos que resultan igual de sórdidos y perturbadores como el universo creado en su más reciente libro, Kentukis, editado por Penguin Random House, que será presentado en México el próximo mes de marzo.

En esta nueva novela, la autora argentina nos presenta un mundo en el que las personas pueden interactuar entre ellas a través de muñecos eléctricos llamados Kentukis. Son peluches con forma de animales que portan una cámara en su interior y que permiten a los usuarios el acceso remoto a la vida privada de sus dueños, desde cualquier parte del mundo.

Para la narradora esta historia no es ciencia ficción distópica sino “un texto realista y contemporáneo”.  Cuenta que cuando comenzó a pensar en la historia se preguntó cómo hablar de tecnología sin que los tecnicismos fueran una barrera: “Quería escribir de los problemas que causa la tecnología sin hablar de tecnología”.

Kentukis reflexiona sobre nuestra compleja relación cotidiana con la tecnología, sus límites y sus peligros. “La hemos naturalizando tanto y tan rápido que no hemos tenido tiempo para pensarla ni ponerles límites legales, morales ni éticos”, precisa la escritora.

La novela es una serie de historias que suceden en 24 diferentes ciudades del mundo y que funcionan de manera autónoma pero que, puestas en relación, revelan una trama de interconexiones inesperadas entre los personajes.

Con Pájaros en la boca y otros cuentos (2009), Distancia de rescate (2014), Siete casas vacías (2015) y ahora con Kentukis, Samanta Schweblin ha construido un universo narrativo en el que pesa tanto lo que se dice como lo que no.

Clarice Lispector le llamaba ‘escribir con la no-palabra’, para ella es “poder de invocación”.

Creo que hay cosas que se escriben en el papel con palabras concretas y hay otras que suceden en la cabeza del lector”, apunta.

La narradora considera que un libro no funciona, no se abre, si del otro lado no está el lector para leerlo, y recurre a una frase de la escritora Rebecca Solnit que le gusta: “Un libro es un corazón que palpita en el pecho de otro”.

Schweblin, que ha demostrado que se maneja con brillantez y solvencia tanto en el cuento como en la novela, reconoce que su género favorito es el relato corto, aunque argumenta que cuando escribe un texto largo como una novela y está inmersa en una sola idea durante tanto tiempo, se siente “más tiempo escrita” y eso le gusta.

La narradora argentina reside hoy en Berlín donde dice que, a pesar de llevar seis años, sigue sintiéndose como una extranjera y que eso le agrada. En la capital alemana ha encontrado la tranquilidad y el tiempo para escribir, impartir talleres literarios y, sobre todo, pensar. Ahí también, agrega, ha podido enriquecer su español. “Me relaciono con muchos latinoamericanos y tomo palabras que no tiene mi español pero que son tan hermosas y precisas que, cuando las entiendes, ¿por qué vivir sin ellas?».

Schweblin seguirá, de momento, pensando y escribiendo desde Berlín relatos que están más allá de la ficción y de la ciencia ficción; relatos que son capaces de poner en aprietos tanto a editores, libreros y críticos. ¿Fantasía de lo cotidiano? ¿Ciencia ficción de lo real? Si ese género no existe, la escritora argentina ya lo ha inventado.

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