Muere el gran provocador, Arturo Rivera

Fotos: Quetzalli González/ Tomadas de www.arturorivera-pintor.com

CIUDAD DE MÉXICO.

Provocador, no complaciente, severo con su trabajo, apasionado, leal a la pintura, temperamental, inquietante, misterioso, cuestionador, inasible, complejo, brillante, explosivo. Todo esto era el pintor Arturo Rivera (1945-2020), quien murió ayer a los 75 años víctima de una hemorragia cerebral, en un hospital de la colonia Escandón.

El creador de un universo que une lo bello con lo terrible, explica su hija Emilia Rivera Mejía, se sintió mal la noche del miércoles, por lo que lo trasladaron al hospital, donde falleció hacia la una y media de la madrugada.

Fue rápido y sorpresivo. Todavía comimos juntos, estaba pintando. Él tomaba anticoagulantes y tenía la presión alta, creo que fue esa combinación. Estuve con él y murió en paz”, dijo la chef pastelera quien aclaró que el artista no se cayó, “no sé por qué empezaron a decir eso”.

La hija menor del egresado de la Academia de San Carlos, su primogénito es Santiago Rivera, comentó que su padre tuvo un velorio íntimo en su casa de la colonia Condesa, a donde llegaron amigos y familiares, y sus restos fueron incinerados ayer a las 14:30 horas. “Su última exposición fue en noviembre pasado en Guanajuato, en el Museo Conde Rul. Le propusimos organizar otra y no quiso, deseaba pintar sin prisa, sin presiones”.

Hilda Rivera, hermana del pintor y esposa del poeta Eduardo Lizalde, explicó que Arturo pasó seis meses en Tepoztlán (Morelos) y que hace un mes regresó a la Ciudad de México.

Éramos entrañables, nos queríamos mucho. Fuimos ocho hermanos, cuatro hombres y cuatro mujeres, sólo quedamos nosotras. Se llevaba muy bien con Eduardo, porque le encantaba la poesía; le hizo un retrato hace cinco años, a mí también me pintó. Tengo como diez obras suyas. Era una maravilla como pintor. Creo que fue poco reconocido en vida”, lamenta.

Para el poeta y editor José Ángel Leyva, su amigo desde hace más de 20 años, dijo que Rivera “buscaba siempre la revelación, el punto nodal donde apareciera algo inesperado. No dudaba en borrar, quitar y volver a incorporar elementos; entablaba un diálogo con su obra”.

Agrega que el autor que estudió serigrafía y fotoserigrafía en Londres sentía una gran lealtad y pasión por el arte. “La pintura era su forma de existir y de ser. Era un artista no complaciente, severo con su trabajo. Un creador extraordinario que no se encuentra a la vuelta de la esquina. Su pintura, además de calidad, posee misterio, es enigmática, inquietante”.

El narrador y ensayista confiesa que lo último que le dijo es que estaba pintando de otra manera, “que la pandemia le había servido para transformar su técnica; que seguía siendo realista, pero con una figura difuminada, estaba buscando otros efectos”.

El crítico e historiador del arte Juan Coronel Rivera lo define como uno de los artistas figurativos más importantes de la segunda mitad del siglo XX mexicano. “Fue un visionario, llevó a la figuración a donde no la habían llevado los integrantes de la Generación de Ruptura, a lo moderno, integrando una idea a veces surrealista y otras, hiperrealista. Cuando empezó, no había nadie como él en México”.

El fotógrafo y ensayista narra que hace años lo invitó a formar parte de una galería que tenía, pero Arturo no quiso. “Era un ser complejo, inasible, brillante. Le interesaba mucho la técnica, su obra destacaba por su profundidad cromática. Es uno de los grandes protagonistas del arte mexicano. Él y Rafael Cauduro admiraban a mi padre, Rafael Coronel, así se lo comentaron en unas cartas, en las que elogian su idea de pintar una rata a escala humana. Es un personaje digno de estudiar”, indica el nieto de Diego Rivera.

DEFENSA DE LA PINTURA

El investigador y curador Cuauhtémoc Medina destaca que la obra de Arturo Rivera “se localiza en la superficie de la representación, prácticamente ocurría en un escenario sin espacio, que remitía tanto a una tradición gráfica como a la fotografía del siglo XIX, en el sentido de que sugería la presencia de un estudio con un fondo sin definiciones”.

Dice que, “aparte de que sus personajes, incluso él mismo, están en una actitud entre la burla, la locura y la descompostura, en cierta manera distante, con una representación de dignidad, hace una realización teatralizada con objetos físicos”.

Medina evoca el rechazo que Rivera externó por el arte contemporáneo, en defensa de los espacios de exhibición de la pintura.

Es algo complicado de evaluar. A mediados de los años 90, se convirtió en el vocero de una reacción; a pesar del prestigio ganado, no contempló de manera generosa el cambio cultural y encabezó un resentimiento absurdo respecto a la programación de los museos hacia el arte contemporáneo. Fue algo triste, porque los contemporáneos siempre respetaron su trabajo”, señala.

Polémico, explosivo, Rivera fue un trabajador meticuloso, un jefe cálido, “un maestro que siempre tuvo las puertas abiertas para los jóvenes pintores y para sus amigos”, cuenta Mabel Guevara, su asistente y administradora durante los últimos cinco años.

Recuerda que el pintor podía pasarse más de seis horas en su estudio, pero a veces decía que no se le ocurría nada y sólo escuchaba música. “Era capaz de borrar o destruir un cuadro si no le gustaba, decía ‘voy a castigarlo’. Le gustaba mucho la comida mexicana, en especial la carne de puerco con verdolagas. Aprendí mucho trabajando con él. Decía que Charly, quien le ayudaba a mantener limpio el estudio, y yo, éramos como su familia también”, concluye.

El Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura acordó con la familia organizar un homenaje nacional.