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Joaquín Sabina: Vicios públicos y virtudes privadas

Carlos Meraz / Foto: Enrique Martínez | 10:24
https://cdn2.excelsior.com.mx/media/pictures/2017/06/06/play_logo.jpg Carlos Meraz / Foto: Enrique Martínez
 

Uno siempre responde con su vida entera a las preguntas más importantes”, Sándor Márai.

Los vicios en los grandes hombres suelen llegar a considerarse virtudes. Eso es algo que Joaquín Sabina conoce a la perfección, al grado de mantener su leyenda del perfecto antihéroe, calavera, crápula e insaciable amante, con dotes de observador incisivo y elocuente cronista de la derrota, la soledad y la bohemia.

Igual que su obra, el andaluz Joaquín Ramón Martínez Sabina es sarcástico, provocador y melancólico de afilado rostro con voz aguardentosa cultivada a base de Ducados y  whisky, además de tantas arrugas como composiciones y canas como musas en su existencia.
 
Fiel únicamente a sus ideales, aunque se jacte de negarlo todo “incluso la verdad” y de defraudar a todos empezando por sí mismo —como lo sentencia en su canción Lo niego todo de su decimoséptimo y más reciente álbum homónimo—, Sabina hace 17 años mostró las virtudes y defectos de los que hace gala, sabedor de que él se hunde y se salva solo.
 
“Soy una puta y nunca digo que no... Nunca hago nada que no esté dispuesto a hacer y si quiero me quito algo más que la camisa”, advierte antes de posar con los calzones al aire en su concepción del desnudo.
 
En compañía de su pareja, la fotógrafa peruana Jimena Coronado —de 1999 a la fecha—, el poeta ubetense hace uso de la mejor arma que domina: una bomba de neutrones, protones y cojones, que es su palabra; pero no para defenderse y mucho menos confesarse, sino para responder a frases célebres que son inherentes a una biografía tan plena como tormentosa.
 
“Creo que la retórica es perversa. Los que van por ahí echando grandes frases todo el tiempo, mienten como bellacos, hacen siempre todo lo contrario. La religión católica es experta, puesto que inventó la confesión.
 
“Es verdad, es la biografía la que lo defiende o ataca a uno, lo cual no quiere decir que la biografía sea una línea recta, sino que a menudo suele haber serios borrones que uno debe utilizar para que en los años sucesivos los haya menos. Pero sí creo que uno se defiende con su vida entera, no con una frase”.
 
— “Todo nos faltaría si nos faltara el sexo”, decía Walt Whitman. En esta asignatura, ¿te consideras un excelente alumno en la teoría y un reprobado en la práctica?
 
Si uno mira los reportajes, ésos que vienen en los canales de televisión dedicados a la vida de los animales, uno ve que la palabra vida es igual que la palabra sexo, como en el Apocalipsis, donde el principio era el verbo y el verbo era Dios. 
 
A mi me sorprende un poco que me pregunten por sexo, puesto que tal vez mis canciones hablan de eso, pero de lo que habla el sexo es de la vida de cualquiera, porque sin sexo no hay vida, sin reproducción no hay vida; sólo que los hombres han inventado que el sexo no sólo sirva para reproducirse sino además para disfrutarse.
 
— “El amor no tiene cura, pero es la única medicina para todos los males”, sentenció Leonard Cohen. Y Sabina, ¿cómo anda de salud?
 
De salud necesito muchas medicinas de esas que dice Cohen, como el amor.
 
— “La vida es una comedia para los que piensan y una tragedia para los que sienten”, aseguró Horace Walpole. Y en esta tragicomedia, ¿con qué rol identifica Joaquín Ramón Martínez Sabina a su personaje Joaquín Sabina?
 
Tragicomedia está bien, pero creo que es demasiado solemne la palabra. Yo creo que es un melodrama, en el que uno sufre demasiado por cosas que son ridículas y no es capaz de sufrir por cosas tan importantes como el hambre, las guerras y esas atrocidades que suceden.
 
¿Qué lado me toca: el melodrama o la comedia? Me tocan los dos. Inevitablemente tengo que morirme: ¡Eso es lo trágico!; inevitablemente pasan cosas muy sórdidas a mi alrededor y si no, las veo en los periódicos o en la televisión, pero a mí me gusta reírme todos los días, ese sería el lado normal. Es decir, yo creo que la tragedia pura no tiene sentido y la comedia pura tampoco. La vida es un melodrama, una tragicomedia.
 
— “El matrimonio es una gran institución. Por supuesto, si te gusta vivir en una institución”, acuñó Groucho Marx. ¿Cómo enfrentas a la ex esposa, a la actual pareja y a los hijos dentro de esta institución familiar?
 
Se casó cuatro veces (Groucho). Yo no tengo esposa, duermo con una chica. Detesto el matrimonio en la medida en que es una institución, en la medida en que son unas leyes que han hecho los hombres para tener clara la paternidad de los hijos; pero a mí no me importa mucho la paternidad de los hijos. Tengo dos hijas maravillosas, pero me daría igual que no fueran mías, que fueran adoptadas.
 
No tengo especiales sentimientos de paternidad ni de reproducción de la especie, sobre todo de esta especie, ni nada parecido, no me gustan las instituciones. Me gusta que la gente se ame cuando quiera y ojalá no se dejara de amar nunca, y me gusta que cuando se deje de amar se siga teniendo respeto y amistad. El matrimonio en papel, empapela.
 
— “El día que leí que el alcohol era malo para la salud... dejé de leer”, dijo Jim
Morrison. ¿Cómo justificas tus vicios?
 
Bueno, es que yo creo que lo que sea malo para la salud es la salud, es decir, el que inventó el footing se murió haciendo footing.
 
Cuando veo a los atletas u oigo a los futbolistas haciendo declaraciones después de un partido: ¡El balón es el balón, es para todos, ellos también juegan, todo salimos a ganar, el futbol es el futbol...! ¡Qué carajo, odio el deporte con toda mi alma! El deporte me parece una mierda fascista.
 
— “La tragedia de la vejez no es ser viejo, sino haber sido joven”, advirtió Oscar Wilde. ¿Cómo asumes tu vejez?
 
No estoy dispuesto a asumirla puesto que aún no la tengo. No creo en la frase de Oscar Wilde, aunque hay muchas de él que me divierten muchísimo; pero en la que todo viene de la memoria, de la pérdida juventud, yo no creo en eso.
 
No creo que era más feliz cuando joven ni mucho menos; creo que la aventura humana es construir uno su propia cultura diferente a la de otros y eso sólo puede empezar a suceder cuando tienes libertad; a partir de los 20 años, cuando tienes una llave de tu casa en la puerta y nadie puede decirte: ¡Aquí a las 10!, ¡estudia tal cosa!, ¡haz esto! o ¡te encerramos sin cena!
 
Yo siempre quise ser mayor desde que tengo memoria. Es verdad que cada día la vejez está más cercana, aquí le espero y vamos a ver quién gana.
 
—  “No es que tenga miedo a morir. Es tan sólo que no quiero estar allí cuando suceda”, ironizó Woody Allen. ¿Cómo crees que debería morir una estrella de rock: asesinada, como Lennon; de una sobredosis de drogas, como Morrison o de asfixia al comerse un sándwich, como supuestamente se dijo de Mama Cass Elliot?
 
Me gusta mucho eso de lo antiguo de los soldados y los toreros, de morir en la plaza y con las botas puestas. Un infarto no doloroso en el escenario, en medio de una canción, ser una cosa estupenda. Pero en realidad, yo no estoy seguro que me vaya morir, es más, pienso hacer todo lo posible para no morirme.
 
— “El paraíso lo prefiero por el clima, el infierno por la compañía”, vaticinó Mark Twain. ¿Cuál sería el ideal del mundo o del otro mundo para Sabina?
 
Hay una película de Woody Allen en la que él decide, porque le dicen que tiene un cáncer o cree que lo tiene, entonces decide hacerse religioso porque él, como todo buen sinvergüenza cínico, quiere asegurarse de que haya otra vida después para seguir viviendo.
 
Y empieza como en un supermercado de la religión. Llega a su casa cargando con una bolsa de la que saca cruces y biblias. Y decide lo que yo haría... que para vivir, ser musulmán no es muy bueno, puesto que está el Ramadán, que son 40 días sin comer, las mujeres van con velo y te pueden dilapidar por cualquier gilipollez o cortar una mano si robas. Pero el paraíso o el Wallalah de los musulmanes es el mejor de todos, porque hacen todo lo que no hicieron en vida, con unas mesas llenas de los más exquisitos licores y frutas, y unas bailarinas alrededor.
 
Así que yo, en el último segundo de mi vida, me haré musulmán para ver si tengo acceso a ese club privado.
 
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— “Nacer y morir son experiencias de soledad”, precisó Octavio Paz. Has demostrado estar listo para la soledad de la vida, ¿pero también lo estás para la de la muerte?
 
Yo creo que Octavio Paz es uno de los escritores más grandes en lengua castellana, pero generalmente estoy en desacuerdo con sus grandes frases, porque era un hombre que carecía de una cosa importantísima, en mi opinión para escribir y para vivir, que era el humor.
 
Estoy en total desacuerdo con que el nacimiento sea una experiencia de soledad, pues el nacimiento no es ninguna experiencia, porque al momento de nacer ningún niño tiene memoria, a pesar de lo que digan los esotéricos y esa cantidad de fantasmas que hay por ahí hablándonos de que uno vive dentro de... El caso es que ningún niño tiene esa experiencia y supongo que la experiencia de la muerte tampoco la tiene nadie, porque nadie ha vuelto.
 
— “El español que no estado en América no sabe qué es España”, afirmó Federico García Lorca. ¿Qué te ha dado América latina, y en especial México, que España que haya negado? 
 
Bueno, la frase de Lorca es maravillosa y además Lorca cuando vino aquí se volvió loco, loco de gusto de lo bien que lo pasó.
 
Creo que un español cuando viene aquí, un gachupín por hablar con propiedad, descubre lo mejor y lo peor de lo que dejó allí (en España); pero, sobretodo, descubre un montón de cosas que allí se han perdido y que aquí siguen. Por ejemplo, en lo que respecta a mi oficio, aquí hay cantantes, mariachis y pianistas en todos los bares, restaurantes y hoteles, es imposible huir o escapar de la música y de la música en vivo.
 
En España ya no hay nadie que cante en vivo en ningún lugar, ni siquiera muchas veces en los conciertos, pues ya hacen playback. Creo que aquí encuentro cosas que había perdido en España y aquí todavía se conservan.
 
Creo que La Colonia fue atroz, pero dejó algunas cosas hermosas, como por ejemplo el idioma, que me permite a mí entenderme contigo.
 
— “El arte no es un medio de propaganda política, es el resorte supremo de toda creación política”, destacó César Vallejo. Bajo esta premisa y dada la cercanía del arte, y específicamente de la música con la política, ¿no te ha coqueteado la idea de incursionar en ella?
 
Para nada. Yo detesto absolutamente la política, aunque no lo parezca. Detesto la política profesional, es decir, creo que el proceso de selección que se hace ahora con los políticos desde hace 20 años, es el contrario al de La República, de Platón, que decía que gobernarán los más sabios.
 
Ahora, los que estuvieron conmigo en la universidad que estaban más dotados para la política, que querían hacer política o que empezaron haciendo política, no aguantaron ni seis o siete años. Me refiero a los decentes, porque no hay quien aguante ese proceso feroz de selección de la política, y los indecentes se han hecho cada vez mejores políticos, más ricos y más mentirosos.
 
Es decir, las canciones sí tienen una influencia social, en mi opinión mayor de la que deberían tener desde que se hundieron las ideologías; ahora ya no van 100 mil personas a ver a un orador gritar, van a ver un cantante.
 
Pero la canción debería saberse así misma humilde, saber que si hace algo es aportarles una especie de mar donde poder llorar tranquilos. La canción tiene que ser un bálsamo, una medicina, pero desde luego no una bandera donde se enganche la gente para desfilar detrás de muchos más.
 
— “La historia me absolverá”, vaticinó Fidel Castro. ¿Acaso eso busca la publicación de tu biografía “Joaquín Sabina. Perdonen la tristeza”, de Javier Menéndez Flores”? Que reivindica al crápula y calavera a niveles de casi redentor de la prosa hispanoamericana.
 
Yo creo que ese libro si absuelve alguien será a su autor, que no soy yo. Si alguien tiene que interceder por mí ante el juzgado, ese que dicen que hay después de la muerte, que yo no lo creo ni lo permita Dios, pues serán mis canciones, no ningún libro biográfico. Porque los libros biográficos por buenos que sean, y éste no es malo, están escritos por alguien que te quiere y se interesa mucho por lo que haces, entonces generalmente son un poquito exagerados a tu favor.
 
Yo leo ese libro y no me veo muy retratado, nadie se ve retratado en las biografías que escriben otros; lo que sí veo que para el aficionado, para el que quiere hacer algo, los datos son veraces, reales y los textos son lo que son. En ese sentido es un libro que informa mucho, pero la posteridad es un sitio que no me interesa nada, puesto que cuando ella esté ya no estaré yo, y cuando yo estoy no está ella.
 
— “El periodismo de rock es gente que no sabe escribir entrevistando a gente que no sabe hablar para gente que no sabe leer”, definió al oficio Frank Zapata. ¿Qué apruebas y qué rechazas de esta profesión?
 
No celebro nada y lo condeno todo. Es decir, no hay artículos sobre mí por pequeñito que sea en el que no haya un serio error, en el que no le llamen a Pancho Varona, Pancho Embrona o donde no digan que yo nací en Granada o en otro sitio, o donde no digan que canté una canción que no canté, eso puede llegar muy lejos, tú sabes, las crónicas periodísticas. Yo tengo la crónica de un concierto completo con orden tal que nunca hice y no fui.
 
Lo que me inquieta de la cuestión periodística es que cuando leo las cosas que se escriben sobre mí, siempre hay una gran cantidad de falsedades, pero falsedades no es que me insulten, una falsedad es decir que estoy en un sitio donde no he estado. Y cuando leo eso digo: ¡Dios mío de mi vida! y todo lo demás que leo, las grandes editoriales políticas de los periódicos más serios, mentirán tanto como mienten éstos sobre mí. ¡Es un halago!
 
— “Escribo para que me quieran”, dijo Gabriel García Márquez. ¿Sabina para qué lo hace?
 
Absolutamente para lo mismo. Escribo para que me quieran, para vengarme del frío, de la desolación, del desconsuelo; y si en segunda instancia, eso sirve también para poner un hombro para que lloren los demás, pues también para eso.
 
Pero fundamentalmente para que me quieran, uno escribe para sus amigos, para la gente que tiene más a su alrededor, tienes un foco adelante (en los conciertos), yo tampoco sé quienes van a comprar los discos, y cuando leo e-mails y cosas así en las páginas web, pues no me siento absolutamente identificado con ese club de redentoristas iluminados que creen que una palabra que dice uno es una palabra sagrada, si supieran que la duda es lo único sagrado que yo creo.
 
— “Un gran poeta es menos un inventor que un iluminador”, aclaró Jorge Luis Borges. ¿Qué canciones tuyas te enorgullecen por haber dejado claro algún aspecto de la vida?
 
Yo creo que las que me enorgullecen no son una o dos, es decir, no sé si la palabra es para enorgullecer. A mí lo que me enorgullece haber cumplido con mi trabajo, haber aprendido de mi oficio, que yo considero que es oficio artesano como el que se pone a hacer una vasija de barro y cada vez la va haciendo mejor y teniendo más conciencia de que la vida le ha dado la suerte de dedicarse a algo muy divertido, y queda posibilidades de sacar cosas de adentro y que las comparta la gente.
 
Lo que me enorgullece es haber aguantado tantos años encima del escenario, cosa que nunca pensé que iba suceder.
 
— “Acabar un libro es como sacar un niño fuera y pegarle un tiro”, manifestó Truman Capote. ¿Qué sensación crees que queda al terminar tu biografía?
 
No lo sé, puesto que yo la leí como de alguien muy lejano, pero al menos me gustaría que quedara la sensación de que es el primer capítulo, es decir, me gustaría que acabara diciendo: “Continuará…”. No la biografía, claro, sino la vida.
 
* Entrevista original, con algunos datos actualizados, de la cual debido a su extensión se editó y sólo se usaron citas textuales para su publicación en la revista Cambio, número 4, edición del 1 de julio de 2001.
 
Lo que hay que leer.
 
Aclaración: El contenido mostrado es responsabilidad del autor y refleja su punto de vista.

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